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Escribió Indalecio Prieto que «la pasión política, cuando se desata, no repara en presentarse como idiotez ni se detiene ante la calumnia». Lo dijo en un artículo que su periódico, El Liberal de Bilbao, publicó el 22 de mayo de 1936. El diputado socialista y exministro de Obras Públicas contaba en esta crónica la visita que, en compañía de un grupo de informadores, arquitectos, ingenieros y políticos, realizó el día anterior a las obras del Gabinete de Accesos y Extrarradio de Madrid: los Nuevos Ministerios, la prolongación de la Castellana hacia el norte, el hipódromo de La Zarzuela, la carretera desde El Pardo a la Sierra y los enlaces ferroviarios, entonces paralizados, pero que preveían una nueva estación de pasajeros en Chamartín de la Rosa y otra de mercancías en Fuencarral.

Pocos días después, el 12 de junio, el alcalde de Madrid, Pedro Rico, llevó al pleno del Ayuntamiento una moción para solicitar la concesión de la Medalla de Oro de la Villa a Indalecio Prieto. El texto señalaba que «a su gran visión del futuro de Madrid y a sus generosas iniciativas se deben mejoras que abren horizontes y posibilidades para que nuestra capital alcance el rango e importancia que por sus condiciones y por su cualidad de capital de la República le corresponden». La iniciativa del alcalde contó con el respaldo de todos los concejales y se aprobó por unanimidad.

Indalecio Prieto fue un enamorado de Madrid, pero fue también un demócrata, un socialista que se rebeló de forma natural contra toda injusticia, un político dotado de fina intuición, un excelente parlamentario y un notable periodista y escritor. El embajador estadounidense, Claude G. Bowers, le señaló en sus memorias como «la personalidad más brillante y poderosa, con más genio para la vida política» de la España de la época. Tuvo sus defectos y sin duda cometió errores, pero no fue, de ninguna de las maneras, ni un asesino, ni un ladrón, ni un malvado. Baste, como muestra de su talla moral, este fragmento del discurso radiado que pronunció el 8 de agosto de 1936 y que le convirtió en la primera voz que apelaba a la piedad y a la justicia en aquella España en guerra: «No les imitéis; os lo ruego, os lo suplico. Ante la crueldad ajena, la piedad vuestra; ante la sevicia ajena, vuestra justicia; ante todos los excesos del enemigo, vuestra benevolencia generosa… Pido pechos duros para el combate, duros, de acero…, pero corazones sensibles, capaces de contraerse ante el dolor humano y que sean albergue de la piedad».

El pleno del Ayuntamiento de Madrid aprobó ayer, con los votos de PP, Cs y Vox, una moción infame para retirar del callejero de la ciudad los nombres de Francisco Largo Caballero e Indalecio Prieto. Desde la Fundación Indalecio Prieto queremos expresar nuestra profunda tristeza e indignación ante esta decisión que, casi 85 años después, vuelve a demostrar que «la pasión política, cuando se desata, no repara en presentarse como idiotez ni se detiene ante la calumnia».

 

FUNDACIÓN INDALECIO PRIETO

Madrid, 30 de septiembre de 2020